7.2.15

Impavidum ferient ruinae

«Desde entonces  no retomo, reanudo», escribe Aramburu en El Cultural y esto me ha hecho recordar cómo Ricardo Senabre, en cierta ocasión, en uno de esos frecuentes «alfilerazos» que alguien (ignoro si en broma o con mala idea) llamó «senabrinas», objetó a no sé qué novelista el uso del adjetivo «impávido» (en lugar, por ejemplo, de «impasible»). El caso es que me trajo durante un tiempo de cabeza la pertinencia e incluso la exactitud de ese «impávido», porque quería yo traducir el «Impavidum ferient ruinae», de Horacio, como «Las ruinas lo encontrarán impávido» y no era empeño caprichoso ni, pensaba, desatinado. Anduve dándole vueltas al adjetivo de manera circular, pues no me cuadraban «impasible», ni «imperturbable», ni «impertérrito», que son las variantes que sugiere María Moliner, de modo que, al final, haciendo de necesidad virtud, no encontré ninguna solución rítmica propicia y me atuve impertérrito al «impávido». Escribió luego Senabre una reseña sobre el libro y confieso que la leí con el alma en vilo, temeroso, en busca sólo de la objeción de «impávido». No fue el caso. Nunca sabrá cuánto agradecí la venia.